miércoles, 17 de agosto de 2011

CON EL CORAZON EN LA MANO, UN CLÁSICO DEL CLÁSICO




No cabe la menor duda que el único clásico o al menos que el despierta pasiones en Ecuador es el partido Barcelona – Emelec, el partido inmortal, un fenómeno social que concentra en un estadio, a todos los estratos sociales; desde el chiro que va a la general, el que guardó un billete para asistir a tribuna, el que tiene los recurso para ir a palco y hasta le alcanza para invitar a alguien, y el pelucón (expresión del diccionario Correista u oligarca diccionario Roldosista) que disfruta desde la suite. Más claro este es el populoso partido que reúne al cholo, al negro, al blanco, al niño, el joven, el adulto, el viejo, todos con un mismo objetivo, ver ganar al equipo de sus amores.


El domingo 14 de agosto, no fue la excepción. Ese día en la costa del Ecuador, las playas no estuvieron vacías porque el gobierno de la revolución ciudadana haya decretado la alerta naranja, sino porque todos estaban expectantes tras un televisor o una radio, detalle a detalle del antes, durante y después del apasionante partido entre Barcelona y Emelec.


La semana ya olía a fútbol, el panorama lo dibujaron las selecciones sub 20 en el mundial de Colombia y la mayor con su partido amistoso ante Costa Rica, todo apuntaba a cerrar el ciclo deportivo con este encuentro.


Para hacer más apasionante este partido, había detrás otro clásico, el del río de la Plata, con debut incluido. Por el lado amarillo el cuerpo técnico argentino liderado por el joven Luis Zubeldía y los jugadores Damián Díaz y Aldo Dusher. Mientras que desde la orilla azul, la línea uruguaya estructurada por el profesor Juan Carrasco y sus jugadores José María Franco, Nico Vigneri y Brian Lugo, el fútbol prometía mucha adrenalina.


Ya desde el primer minuto se notaba una superioridad del Barcelona, controlando el balón, haciéndolo rotar, verticalizando el juego, priorizando la dinámica con rápida movilidad sobretodo de su zona medular que es donde gestan las chances de gol, todo parecía indicar que el cuadro canario sería el que marque la primera.


A medida que pasaban los minutos el partido se tornaba más emocionante, las balas en algunas zonas ya decían presente, los gritos de emoción en los bares, veredas, en la tienda de la madrina o en las casas eran más evidentes. A ratos Emelec buscaba hacer respetar su condición de dueño de casa, jugando al contragolpe, esperando un error de su rival para atacar. Y en ese ir y venir concluyó el primer tiempo, hasta ese momento nadie se hacía daño.


Para el inicio de la segunda mitad, la consigna era ganar o ganar, Barcelona sospechaba que el partido estaba para ellos, mientras que Emelec con una estrategia más meticulosa no se desesperaba, a pesar de no encontrar espacios se defendía bien.


Previo al minuto 74 el país enmudeció, fue un silencio sepulcral, el balón se paseaba por el área grande como buscando algo, se posó en el cuerpo del diez del Barcelona, este no la trató mal, la acarició, la adornó, la durmió y la acomodó para sacar una potente media chilena que viajó directo a las manos del arquero Zumba, la pelota se hizo candela tanto así que las manos del portero no pudieron contenerla dejándola caer lentamente, el silencio se hizo más evidente hasta que apareció el “gordo” lucho, el mediocentro amarillo tuvo contacto privado con el esférico y con sutil toque la embocó a las redes…solo se escuchó un detonante GOL HIJUEPUTA….


La mayoría de jóvenes involucrados con las redes sociales alistaban su pulgar a través del BlackBerry para llenar sus muros en el facebook o postear en sus cuentas de Twitter con mensajes de satisfacción al ver sufrir a los emelexistas; sin embargo aún nadie se manifestaba, todos esperaban, hasta el último minuto, los amarillos como desconfiados y los azules con la fe. Es que en un clásico del astillero durante 95 minutos se te tiene el corazón en la mano, todos hacen un solo puño.


Minuto 90, el cuarto árbitro determina que se jueguen 4 minutos de adición, la angustia para los Barcelonistas era eterna, la ansiedad se hacía notar, el partido no terminaba, no se escuchaba el tradicional ¡OLE!. Nadie quería cantar victoria todavía.


Minuto 91 el país volvió a enmudecer, el balón viajó desde la derecha como buscando su destino y Eduardo Morante se lo cumplió, con un certero cabezazo silenció a algunos y provocó el estallido de otros, era el gol azul no había nada que hacer…todo había terminado.
Un clásico empate, que terminó con el corazón en la mano…


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